UNA NUEVA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

  • 15 de junio de 2023

Por Acad Ing. Oscar Ferreño


Atrás en el tiempo parecen haber quedado los pequeños molinos surgidos en el siglo VII en la Persia Oriental, que fueron de inmensa utilidad para el desarrollo de la agricultura facilitando el bombeo de agua y la molienda de granos.

La lógica detrás de esta invención, que fue utilizada durante más de 10 siglos, permitió que la humanidad se valiera de recursos naturales para poder mejorar la forma de trabajar, y así optimizar la energía y el tiempo invertido en los procesos.

Más cerca en el tiempo, hace poco más de 200 años, la civilización continuó utilizando la misma lógica de tomar los recursos naturales para procesos productivos. En este caso se comenzó a tomar la energía guardada en el subsuelo a través del uso del petróleo y el carbón.

Esto representó un paso adelante, que dio comienzo a la llamada Revolución Industrial, permitiendo que el uso del recurso prescindiera de la incertidumbre de la variabilidad del clima. La energía que se encuentra almacenada en el subsuelo: se procesa, se almacena en depósitos de combustibles o playas de carbón, y se la utiliza cuando se necesita. Esto introdujo mucha mayor flexibilidad a los procesos productivos.

La llegada de los Sistemas Eléctricos permitió distribuir esa energía generada para diversificar geográficamente las plantas de fabricación.

Esto trajo consigo un crecimiento exponencial de negocios, ciudades, servicios, comercios, etc.  Desde entonces las necesidades de consumo energético han crecido de forma ininterrumpida.

Pero, como dice el adagio popular surgido en los Estados Unidos en la década de 1930: “There ain’t no such thing as a free lunch” o “No hay almuerzos gratis”.
Con el creciente uso de las energías que llamamos “convencionales”, o almacenadas en la naturaleza, mediante el uso y extracción del carbón e hidrocarburos, provocó el aumento de la concentración en la atmósfera de gases de Efecto Invernadero, principalmente de dióxido de carbono (CO2).

Esto se traduce en el aumento de la temperatura de la tierra o calentamiento global (como es popularmente conocido), lo cual representa una de las amenazas más graves para la subsistencia de nuestra civilización.

Ante esta necesidad de contar con fuentes de energía que no emitan CO2 a la atmósfera (o que sean neutras en cuanto al balance de CO2), las energías renovables evolucionaron de esos pequeños molinos de viento a grandes aerogeneradores o plantas solares, que hoy representan apenas el 5% del total de las energías utilizadas en el planeta.

En la actualidad, más de la mitad de las emisiones de CO2 provienen del mercado eléctrico. Por lo tanto, para lograr la descarbonización se introdujeron las energías renovables no gestionables a esos sistemas. Pero por su característica de “no gestionables”, su inclusión sólo puede ser parcial, es decir, combinadas con un mix compuesto por otras energías gestionables.

En la búsqueda de soluciones eficientes para la gestión de estas energías, en los últimos años ha cobrado fuerza el Hidrógeno Verde como modalidad idónea para el almacenamiento de las renovables.

El Hidrógeno, producido en forma dedicada por energía eólica o solar (Hidrógeno Verde), podría sustituir a los hidrocarburos naturales. Tiene la capacidad de ser almacenado de forma comprimida, convirtiéndolo en líquido o combinándolo con sustancias que lo permitan guardar (e-fuels).

Uno de estos combustibles es el amoníaco, que se obtiene a partir del Hidrógeno Verde y del nitrógeno (obtenido del aire). Otra de las modalidades sería utilizando el Hidrógerno Verde con CO2 biogénico (proveniente de la biomasa) u obteniéndolo filtrándolo del aire para obtener Metanol.
Este Metanol es la base para todo tipo de hidrocarburos, que puede servir como combustibles ecológicos para barcos, aviones o automóviles.

Sin lugar a dudas nos encontramos ante una nueva Revolución Industrial, que pueda ser completamente neutra con el medio ambiente, y que permita cuidar nuestro planeta.

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